Prozac o liberación?
Quizás sea el Prozac.
O quizás no.
Pero siento como si tuviera diez años otra vez.
Como si todo el dolor,
todas las situaciones adversas del pasado,
se hubieran comprimido en una bola de pelusas cósmicas,
y luego lanzadas al universo,
no para desaparecer,
sino para transformarse
en algo más grande,
más útil:
materia viva, reciclada,
lista para servir a alguien más.
Y de toda esa basura emocional,
de lo que fue oscuro y denso,
queda una maraña de emociones brillantes,
como hilos de luz entre los dedos,
que revelan quién soy por dentro.
Y esa que habita allí,
en el fondo más profundo,
no es otra que mi mejor versión:
libre de contaminación,
libre de juicio,
libre de otros.
Solo yo.
Y el universo.
Y desde esa claridad —
que no grita,
sino que susurra con certeza—
veo el mundo con otros ojos.
Veo cómo puedo tocarlo,
moldearlo,
afectarlo positivamente
desde mi propio centro.
A veces, solo a veces,
pensar en lo que piensas
cuando piensas,
te enfrenta con esas dudas
que escondiste en el fondo del cajón.
Y cuando por fin las sacas a la luz,
la vida acelera.
Como si todo se volviera urgente,
brillante, precipitado, excitante.
Y entonces miras hacia atrás,
y ves el hoyo.
El hoyo donde tu ser habitaba:
menospreciado,
abusado, silenciado, bajo un tejado de vidrio roto, sangrando, sangrando, sangrando.
Tripas, vómito, llanto.
Un cuerpo emocional desbordado.
Pero eso ya quedó atrás, espero.
